Brezos de verdor
esplendente y de nombre cenizo
Erica cinerea |
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Entre los muchos atractivos que tiene andar por la Sierra de Leyre en verano, uno agradable es pasar entre los brezos en flor: unos brezos, de finas hojas verdes y brillantes, y que se adornan con pequeños farolillos colgantes de color lila. Estos farolillos, que son los pétalos que esconden las partes fértiles y de los que asoma el estigma, están en agosto en su mayoría perforados. Piensa el fotógrafo que es una lástima y el naturalista ve en ello la marca de un ecosistema: es el rastro del atractivo alimento que las ericas ofrecen a varias es-pecies de insectos.
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Sin embargo, hasta lo que yo sé, los brezos no han servido para paliar el hambre, pero sí que se han empleado para tratar la ina-petencia y como antidiarreico, diurético, antiséptico o antiinflamatorio, según pue-do ver en cantidad de recetas de fitotera-pia. Son tantos sus componentes químicos (flavonoides varios y cumarinas, entre o-tros), que prefiero considerarlos como cu-riosidad, dada su laboriosa y asombrosa complejidad. Quizá, alrededor de los laboratorios donde detalladamente los analizan, encontremos jardines con estos brezos, vista la larga lista de variedades a escoger en jardinería.
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Brezo es el nombre genérico que se da en la zona de influencia celta (vroicos) a este gé-nero que los griegos llamaban erica (eríkẽ) y en euskera, iñarra. Pero, tiene guasa que Linneo le pusiera como nombre específico cinerea (cenicienta), siendo una planta bri-llante, que nada tiene de ceniza. Le debe de ocurrir como en el cuento, que se pasa la vida a ras de suelo, siendo lo más florido y hermoso del entorno a la altura de nues-tros pies.
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La amplia difusión que a lo largo de los si-glos y los pueblos ha tenido el cuento de la Cenicienta, no la ha tenido el brezo ceni-ciento. La narración de la Cenicienta ya se recogió en el Egipto de los faraones con el nombre de Ródope, la de las mejillas rosadas; luego pasó a Grecia y Roma; muchos siglos más tarde hay versiones chinas, vietnamitas o de los indios abenaki de Norteamérica; en el S.XVI se reescribe en Italia como la Gata cenicienta; luego, con Perrault y los Grimm deja de ser gata y la remata Disney con sus colorines nada cenicientos.
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La Erica cinerea, por el contrario, se limita casi exclusivamente a las islas británicas, Francia atlántica y cornisa cantábrica, con pocas citas en otras partes del mundo; sólo llevada, quizás, por colonos a sus jardines de Nueva Zelanda. Pese a la profusión con que la vemos en esta zona del Prepirineo, se considera que está en recesión y que ne-cesita protección en Galicia. Pero en gene-ral en otras zonas, como puede ser el Reino Unido sólo tiene calificación de Preocu-pación Menor, afortunadamente.
Este cálido enero me ha traído el
recuerdo de paseos soleados por la sierra en agosto
Erica cinerea |
Excelentes fotografías que ya quisiera yo poder hacer, pero un problema cerebral casi me impide desplazarme y solo hago las fáciles de alcanzar para un libro que estoy terminando sobre mi pueblo salmantino de Sierra de Gata con el fin de que los hijos o nietos de emigrantes del pueblo puedan saber algo de él aunque ya sean franceses o suizos o, con suerte, se encuentren en Navarra, maravillosa tierra, como se encuentran ahí una hermana y mi hija pequeña y nietas. Emhorabuena por esas fotografías y los comentarios que las acompañan. eacostapiriz@gmail.com
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