Cerastium glomeratum |
Una florecilla de pétalos blancos con forma de orejas de
ratón
Cerastium glomeratum |
A este género de plantas, ¡pobricas!, el botánico J.J. Dilenius
(1684-1747) les inventó el nombre científico latino ¡cerastium!, derivado del
griego kérastēs, que en castellano suena francamente mal: ¡cornudo!; aunque se
disimule diciéndolo en la lengua de Cicerón. Y es que J.J. se tuvo coger la
lupa para ver que las semillas, de menos de un milímetro de tamaño, están
erizadas de cuernecillos.
Cerastium glomeratum |
¡Y qué cosmopolita se molesta
por semejante menudencia latina!
Primero, la vemos a caballo de un lado y otro del Pirineo,
llegando hasta los dos mil metros. Luego, florece por Eurasia: lo mismo le da aparecer
por los alrededores de los Alpes, las riberas
arenosas de China
o las guarderías infantiles de Finlandia.
Y qué menos que, a cambio de las patatas o el chocolate, se haya difundido esta
preciosidad por todo América, tanto da California o Los Nevados de Chillan.
Cerastium glomeratum |
En época de fronteras, tanto cosmopolitismo (crece hasta
en Zimbabue),
alguna maldad más le tiene que acarrear: en agronomía la consideran una maleza,
una mala hierba. Y, aunque se diga que es inútil poner puertas al campo, se ha
buscado una manera de ponérselas y bien firmes: los herbicidas. Así es como me
entero de que un componente maléfico de los herbicidas es el glifosato (¡de dónde habrán
sacado tal palabro!) y que se han estudiado sus efectos destructores sobre las
humildes orejas de ratón en los cultivos de Uruguay.
Parece que en el Cono Sur les ha resultado un regalo envenenado, a juzgar por
el trabajo que les da su extirpación.