Las trenzas floridas que encantaron a Darwin
Spirantes spiralis |
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Un miércoles de septiembre nos invitó Miguel a ver las
últimas orquídeas de la temporada en Ariz, cerca de Pamplona, las Spiranthes.
Si no, de qué, al sábado siguiente, me iba a fijar en una de ellas en el camino
a la foz, cerca de la fuente donde me refresqué. No era más que un pequeño
tallo retorcido bordeado de florecitas, difícil de distinguir entre margaritas,
potentillas, escobizos y hierbas.
No me extrañó que, a los días, andando por la
cañada ancha hacia Javier, hubiera pasado por encima de muchas de ellas sin verlas, según comprobé
al retroceder.
Y viendo las que seguían tiesas, ¡ni las ovejas del rebaño con el que me crucé se fijaron en ellas!
Y viendo las que seguían tiesas, ¡ni las ovejas del rebaño con el que me crucé se fijaron en ellas!
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Quienes
se han fijado en ellas son los botánicos que hacen la lista de las especies
amenazadas y que la incluyen en el listado de ERLVP
2011.
El caso es que en Inglaterra han constatado que ha disminuido apreciablemente
el número de ejemplares por la roturación de nuevos
terrenos en el período de entreguerras. Con todo, han encontrado que
estas orquídeas proliferan en zonas de pastos donde triscan las ovejas. No
parece que la advertencia de evitarlas en el periodo floración sea necesaria,
dado el poco interés que, según pude ver, les prestan. ¡Ah, los ingleses! Tan amantes
de las flores le han puesto un nombre descriptivo y metafórico: la trenza de la dama de
otoño, autumn lady's
tresses.
Poético, ¿no?
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A
Charles Darwin le pareció un “bonito nombre” para una orquídea “que presenta
algunas peculiaridades interesantes” según dejó escrito en La
fecundación de las orquídeas, y que podemos leer en la reciente traducción
de Carmen Pastor para la editorial Laetoli de Pamplona.
A las orquídeas dedicó
Darwin los tres años que siguieron a la publicación de El Origen de las
especies, para confirmar experimentalmente su teoría evolutiva. En él dedica
nada menos que siete páginas precisamente a la dama de otoño, detallando sus
partes con gráficos o describiendo sus elementos florales, así como sus observaciones
sobre su floración o la relación con los abejorros para conseguir la polinización cruzada.
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En
esas páginas se presenta Darwin como un investigador de campo que dedica su
tiempo a la observación directa y paciente: “En Torquay observé alrededor de
media hora varias de estas flores que crecían en un mismo lugar y vi tres
abejorros de dos clases visitándolas”. Y más a delante: “Los abejorros se
posaron siempre en la parte inferior de la espiga y succionaron una flor tras
otra ascendiendo en espiral”. Para terminar, pronosticando: “Y así, mientras
hace sus rondas y engrosa su panal de miel, fecunda continuamente flores frescas
y perpetúa la especie de nuestra Spirantes de otoño, que ofrecerá miel a las
futuras generaciones de abejas”.
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Así
pues, estas trenzas floridas van a contribuir, ya en otoño, a la última remesa
de miel de la temporada; la miel con la que pasarán el invierno las abejas y
nos seguirán endulzando la vida en primavera. Para esto, claro está, habrá que
dejar en paz las raíces de las trenzas de la dama y no empeñarse en sacar de
ellas afrodisíacos y tinturas para aliviarse los riñones o mejorar las
afecciones cutáneas, según supuestos milagros homeopáticos.
Bien es cierto, que estas damas son muy cucas y se dan respiros: no desarrollan
las trenzas todas las temporadas y algunos años permanecen latentes.
La del camino de la foz no se dejó ver el año pasado; a ver si éste la
encuentro.
Y si
disminuyen las abejas, ¿también se reducirá el número de trenzas de otoño?
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