Trébol campestre Trifolium arvense |
Para hacer una pradera se necesitan
un trébol y una abeja, un trébol y una abeja... y un sueño. El sueño sólo servirá si las abejas son pocas. Poema nº 1775 de Emily Dickinson, quien llegó a juntar un herbario con 425 especies de plantas del entorno rural de Massachusetts y citado por Clara Obligado en Todo lo que crece (pág. 16) Pues, vayamos a las alturas de la sierra, donde el aire es más saludable. Precisamente,
por ahí contamos con un purificador adicional: esta especie de trébol, que resulta altamente eficaz, más que otros tréboles, en la fijación del nitrógeno atmosférico
en los nódulos radiculares.
Aire saludable, suelo nitrogenado y un dilatado panorama para un deleite
tranquilo. Trébol campestre Trifolium arvense Bueno,
lo de tranquilo es... mientras no te encuentres con una manada de vacas, que marcha en busca, quizás, de estos tréboles. Sabido es que la compleja digestión
de los rumiantes
acaba por producir abundantes gases de efecto invernadero, pero las vacas
conocen el remedio: rumiar estos tréboles. Y si lo saben las vacas, los
investigadores no van a ser menos. Ya están en los laboratorios produciendo alteraciones en los tréboles más forrajeros con genes de esta especie para reducir los daños atmosféricos, esperando resultados para antes de tres años. Como
tantas otras plantas, éstas también tienen ciertos componentes,
los flavonoides, que las hacen de interés para la farmacología científica. Un
grupo de ellos son las protoantocianidinas,
que en el nombre llevan enmascarada la palabra planta, anto, dicho en griego
para que salga una palabra interminable e ininteligible. Se conoce así, que tienen
propiedades antibacterianas, útiles en el tratamiento de infecciones urinarias. Un
trébol tan poco vistoso como beneficioso |