Una antigua historia de chocolate y cromos, con efecto
mariposa en los recuerdos
Orchis papilionacea |
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Desenvolver cualquier tarde una tableta de chocolate Nestlé me lleva con frecuencia a mirar muchos años atrás y recordar episodios infantiles.
Las tabletas y chocolatinas de antes y de
ahora mantienen el estilo con envoltorios similares: uno externo rojo (donde ahora dice Nestlé
que el cacao procede de cultivos sostenibles, entre otras muchas informaciones)
y otro interno de “papel de plata” (que se guardaba para los “chinitos”).
Hace
sesenta años, en el rojo había menos letras, pero con la tableta venía además algo
interesante, muy interesante para mí:
entre los dos envoltorios estaban… ¡los cromos!
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Las chocolatinas de Nestlé eran caras y te las tenías que ganar con buenas notas. Entonces en el cole las notas nos las daban cada semema con números, y eso que éramos ochenta por aula y teníamos ocho asignaturas. Así fue como cromo a cromo fui rellenando los dos álbumes de Las Maravillas del Universo, obsequio de la firma y que conservo como un tesoro. En estos álbumes se trataban de maravillas científicas como son el átomo, la Kon-Tiki, la meteorología, los animales disfrazados de plantas, el milagro de los plásticos, cómo trepan las plantas, los perfumes, los sentidos que no posee el hombre o lo que nos dice el árbol, entre 48 temas. Era una doble enciclopedia con cromos de colores, con asuntos, textos y formato bien distintos de los que se ofrecían en esos años cincuenta en las enciclopedias escolares.
De estos temas, he guardado en la memoria el título del séptimo, como una de esas melodías que no te la puedes quitar y que una y otra vez repites sin querer:
¡El difícil cultivo de las orquídeas!
Las orquídeas,
según el texto que rodeaba a los cromos, eran unas plantas exóticas tan
difíciles de reproducir, que precisaban de unos tubos esterilizados que
contenían caldos gelatinosos y siete años de pacientes, delicados y complicados
cuidados para lograr nuevas plantas, según había descubierto “un sabio llamado
Noël Bernard”.
¡Qué entendería yo de todo aquél misterioso galimatías
científico!
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Después de tantos años repitiéndome y asociando difícil con orquídeas, me confirmaron lo que decía el texto, que en Europa hay más de sesenta especies de las seis mil conocidas. Y entonces, ¿dónde está lo difícil, si las tenemos a la puerta de casa? Y, de manera similar al asombro y la decepción de saber que los magos no vienen de oriente, así es como he llegado a distinguir en este entorno veintiséis especies y varias híbridas, de las treinta y ocho localizadas en la sierra de Leyre. Me quedan, por tanto, sorpresas agradables, pero no creo que superen al hecho de haber localizado la orquídea mariposa (papilonacea) en una espuenda hacia Ogaste.
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Todas las fotos son de la misma planta que año tras año
se empeña en florecer a mediados de abril. Hace ya nueve años que la vi por
primera vez y no ha fallado a la cita tampoco este año. No sé cuántos años
llevaba floreciendo antes que la viera, ni cuántos la seguiré viendo, pero es
un rareza encontrarla solitaria y tan alejada de otras de su especie.
Sólo
poblaciones reducidas y distantes se encuentran en la mitad norte de la península,
donde no está protegida por ser habitual en las proximidades del Mediterráneo,
no así por estas latitudes.
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En Turquía, sin embargo, se ha limitado su recolección incontrolada para preservar su supervivencia. En ese país se elabora una harina a partir de sus tubérculos (orchis, por su forma testicular), considerada de interés medicinal por su efecto protector sobre las membranas mucosas internas. Esta harina diluida es la bebida llamada sarep y que se emplea en el tratamiento de la gingivitis o la gastroenteritis.
No seré yo quien la emplee para hacer sarep, pero puede haber quien trate de
librar de hierbas el canal donde se encuentra y, colorín colorado, se habrá
acabado la historia de esta orquídea mariposa.
No las
moscas, sino vosotros, los cromos, amigos viejos, me evocáis todas las cosas
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