Dulzura y aspereza en azul,
como la vida misma
Anchusa azurea |
Anchusa azurea |
Ha quedado como recuerdo
de la vida del pueblo en épocas pasadas un lugar con el topónimo El Otro
Lado. Liédena no tenía puentes para acceder al “otro lado” del Irati y se cruzaba
por vados en tiempo de estiaje y en cualquier época, previo pago, por el pontón
o por la barca. Y es justamente en El Otro Lado donde suelo ver esta planta de
la familia de las borrajas, con sus pelos punzantes, que me dicen mírame y no
me toques; si bien, su distribución se extiende por un amplio entorno mediterráneo.
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Esta abundancia de pelos
aplicados ofrece, sin embargo, un tacto sedoso, no lacerante, si se acarician las
hojas en sentido favorable. Este efecto ha llevado a denominarla,
por semejanza, lengua de buey,
lengua de vaca o, como en euskera, lengua de perro (txakur-miia). Pues bien, si
despellejada la lengua de vaca es un plato sabroso para los humanos omnívoros,
lo mismo sucede con esta anchusa en otras zonas de la península, donde la preparan de diversas
formas. Esta época del año es precisamente la oportuna para llevarla a la mesa.
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Las corolas azules tienen así mismo una
pilosidad blanquecina, entre la que asoman dos estigmas redondos, quedando lo
cinco estambres con su polen en el interior. Para que a los insectos les
resulte atractiva sortear esta dificultad hasta llegar a su interior, la anchusa
se dota de abundante néctar.
Y ahí estamos nosotros para estropearle el plan al chuparle el dulzor, pero nos
justificamos llamándole chupamieles o melera.
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Así es que tienen necesidad
de proliferar, porque, además de ser alimenticias y de endulzar a los peques
con sus mieles, han de servir como plantas medicinales (emoliente, diurética y
sudorífica) y como productoras de colorantes. ¡Pues mira que hay unos que pretenden
extraer de la raíz una coloración rojiza
para iluminar la cara y otros que dicen extraen de las flores azules un
colorante verde!
¡Y es que hay gente pa tó!
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Tanta maravilla, como no podía ser de otro modo, ha atraído la atención de investigadores, quienes han detallado con minuciosidad sus componentes: mucílagos, nitratos, alcaloides y varios compuestos fenólicos, que avalan su valor como cicatrizante y diurética. Otros trabajos confirman sus efectos antiinflamatorios y antiulcerosos debido al ácido rosmarínico, común también en otras plantas.
Y todo hay que decirlo: sus alcaloides
tienen efectos hepatotóxicos y cancerígenos, por lo cual me quedo sin probarla
y me limito a mirarla y grabar su admirable aspecto.
Azureas,
o cómo lo valioso no tiene precio, poco aprecio y mucha utilidad
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