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| Arce menor Acer campestre Astigarra |
Los colores vibrantes y
sonoros de los arces en otoño
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¡Qué gozada ha sido pasear por los bosques durante este
otoño templado, seco y ventoso! En las excursiones por los montes, íbamos
pisando la hojarasca multicolor, sacándole sonidos al silencio. Comentábamos el
encanto que dan los arces a los bosques en otoño viendo los tonos dorados de sus
hojas, sujetas a las ramas o esparcidas por el sendero. Al estar los arces dispersos
en el borde de hayales o robledales, sus colores amarillentos los hacen
destacar de los otros. Y así mismo, estos arces se hacen ver en las
inmediaciones del pueblo entre el arbolado de los sotos del Irati y del Aragón.
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¡Ay, los vistosos amarillos
de los arces! Este color, que sólo se hace visible cuando el verde de la
clorofila deja de producirse y de esta forma deja de estar enmascarado. Esto
ocurre cada año en otoño: la clorofila se degrada y persisten otros pigmentos más
resistentes a la oxidación como es la xantofila, que da
el color amarillo a las hojas de los arces. Estos pigmentos, flavonoides, actúan de
protectores de las hojas verdes durante la fotosíntesis frente a las
radiaciones ultravioletas. Sin duda, los arces están bien educados: usan
protectores solares mientras el sol aprieta.
| Arce menor Acer campestre Astigarra |
Además de ser atractivos y educados, los arces campestres son polígamos, sin que haya que tomarlo como una excentricidad, sino como una más de las formas que las plantas tienen para asegurarse la reproducción. Así lo tienen declarado Pedro Sánchez Gómez y Jaime Güemes, botánicos y redactores del género Acer en el tratado de Flora Ibérica. En el arce campestre, por tanto, las flores son de tres tipos, aunque de formas aparentemente similares: Unas con estambres fértiles y pistilos infecundos; otras, a la inversa y otras más, con ambos fértiles, hermafroditas.
Tantas precauciones reproductivas dan como resultado unas
semillas dobles provistas de alas planeadoras extendidas, sámaras, para diversión
de los niños al lanzarlas al aire y verlas girar cayendo suavemente. Y claro,
estos niños se hacen mayores y se ponen a estudiar la aerodinámica
de las semillas voladoras y publican sesudos y costosos estudios
que los arces los tienen resueltos sin saber que dos y dos son cuatro. ¡Solo como
resultado evolutivo, nada menos!
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A la física del movimiento giratorio de las sámaras, hay
que añadir la física del movimiento vibratorio sonoro, que se producen cuando
una chelista frota el arco contra las cuerdas del chelo, hecho en buena parte con
madera de arce. La resonancia de esta vibración en el violonchelo “Feuermann”
(1730), construido por Antonio Stradivari
y cedido a Camile Thomas por la Nippon Music Foundation, la recordaremos con
emoción quienes asistimos al concierto Never
Give Up (nunca te rindas) escrito por Fazil Say en 2017 y escuchado en el
Kursaal de Donostia esta semana.






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